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El Gato de Tejada.


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Octubre del año 1995. En la inauguración de la exposición de un artista chileno se encuentran Hernando Tejada, Medardo Arias y Germán Patiño.

Aparecen las inquietudes permanentes de Tejada, el más curioso de los artistas. Habla de su deseo de hacer un Gato gigante para la ciudad, lo cual es respaldado de forma inmediata por Medardo, nuestro poeta del Pacífico. Y por Patiño, quien fue uno de los más cercanos amigos del pintor, dibujante, escultor y tallador que llegó un día a esta ciudad en los años cincuenta y se quedó para siempre.

Meses después, el Gato vuelve a aparecer en el religioso almuerzo que teníamos cada semana en el restaurante Consulado del Pacífico en el barrio el Peñón, los sábados a las 12:30. Allí llega Teja con ese maravilloso cuaderno que cargaba siempre y en el cual plasmaba sus ideas. Abre el cuaderno —una verdadera caja de Pandora—, y nos muestra un fotomontaje: un gato en miniatura puesto sobre la ribera del río Cali, en la Avenida Cuarta Oeste.

No hay dudas ya. Germán, en ese momento Gerente Cultural del Departamento del Valle, bajo la gobernación de Germán Villegas, aporta veinte millones de pesos para darle vida al proyecto. La tarea entonces era conseguir el resto, hasta completar los treinta millones que incluían la fundición, el transporte desde Bogotá y la construcción del pedestal.

Una monumental escultura en bronce con la técnica de la cera perdida que demandó seis meses y obligó a tumbar el techo del taller, el cual también debimos pagar.

Entretanto, el comité decidió fabricar ciento cincuenta réplicas miniatura del gato, que fueron firmadas por Teja. Éstas fueron elaboradas por su sobrino, Alejandro Valencia, y fueron vendidas a trescientos mil pesos cada una. Sobra decir que volaron.

Para completar los recursos acordamos rematar el modelo que Teja había construido en escala de 1 a 10. Entonces empezó la febril actividad para organizar una cena en el Club Colombia. Hernando hizo de su puño y letra el menú, José Pardo Llada actuó como rematador y los miembros del comité estuvimos atentos a motivar las ofertas. Después de una puja intensa, el señor Gonzalo de Oliveira ganó el remate, pagando quince millones de pesos por el ejemplar.

Ya habíamos rebasado con amplitud el presupuesto que teníamos. Lo que siguió fue esperar a que terminaran el Gato en Bogotá. Y luego el transporte hacia Cali en una camabaja que llamó la atención de quienes transitaban la carretera.

Hasta que llegó el Gran Gato a su sitio, escogido por su autor. Fue cuando Teja disfrutó subiéndose a él, quitándole las envolturas, limpiándolo y tomándole fotos con su cámara Leica. Era el Tejadita travieso que disfrutaron quienes lo conocieron. Allí me di cuenta que el Gato era, en realidad, el mismo Hernando Tejada.

La escultura fue entregada el 2 de julio de 1996 por el entonces gobernador, Germán Villegas. A partir de ese momento, han sido muchos los matrimonios, muchas las reinas, muchos los turistas y muchos los amores que se han tomado fotos o han sellado sus encuentros al lado de una escultura que se convirtió símbolo de esa Cali juguetona, alegre y traviesa que vio Hernando Tejada.

Unos años después, la Cámara de Comercio abrió un concurso original: se trataba de conseguirle novias al felino de Tejada. Varios artistas caleños concurrieron y desde entonces la zona es un bello escenario en el cual se vive el eterno romance del Gato con sus novias y, sobre todo, con la ciudad.

Ésta es la historia verdadera del Gato de Tejada. Así se logró construir un referente de la ciudad que además aportó recursos para construir las aves de Omar Rayo que están situadas en la manzana T, cerca al Centro Administrativo Municipal. Pero esa, claro, es otra historia.

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